jueves, 24 de marzo de 2011

Vida de faena

Quise escribir versos sobre el compañerismo,

narrar precisamente aquel momento en que el colega de cuadrilla coopera en terminar trabajos que no le corresponden,

o relatar con pocas palabras el instante en que la última fumada llena mil pulmones,

la última cucharada mil estómagos,

y el último sorbo remoja mil gargantas,

pero no pude,

estaba ocupado.


Nos cubríamos de antifaces,

con cada chiste,

con cada descanso disimulado.


Nos rebelamos en secreto,

con algún brochazo mal tirado,

pero como buen personaje jerarquizado en último lugar,

tuvimos que regresar cubriendo cada bache.


Quise describir como remamos todos hacia donde mismo,

dedicar versos completos a revelar anécdotas,

para llorar de risa,

para añorar después,

pero no pude,

me distraje,

se reventaban mis oídos entre martilleos nada decorosos.


El único gran verso,

la única gran melodía,

era la obra que ya nacida comenzaba a caminar.


Créanlo,

pone la piel de gallina,

a veces.


Se dañan de forma leve las manos,

se cierran rápido y brusco los ojos antes de medianoche,

los oídos agudos acusaron un día así,

textualmente y sin generalizar;

“No, si xxxxx, duró poco, es que al jefe no le gustaba, porque era sindicalista, luchaba mucho por los derechos de los trabajadores”,

juzgue usted,

o no juzgue,

no haga nada si quiere,

ahora si, generalizando,

acordemos que son actitudes lamentablemente toleradas.


¿¡Y qué más!?

si las sonrisas fueron nuestras al ver la obra terminada,

nos regalamos un par de abrazos,

un par de datos,

y los calzoncillos con óleo quedaron para siempre guardados en algún garage.

Oda al Salar de Atacama

Donde la montaña recibe sombra de la nube

y el humano flota en las aguas,

viven secretos,

se susurran entre sí impresiones,

despacito para no ser oídos.


Ahí mismo,

donde el humano palpa la cima con sus manos

y ataja las estrellas con su piel.

Me dí unas vueltas,

posé huellas,

choqué con millones de tonalidades,

ahí,

donde las piedras obsequian humo al amanecer.


Donde usted puede llegar preguntando por el pueblo de la sal,

abrigaría sus huesos en otras aguas,

unas que burlan a diario fríos devastadores.


Se daría unas vueltas,

posaría sus huellas,

querría,

seguramente,

detener el tiempo.