martes, 18 de mayo de 2010

COMENZA - RE

Sentado en una banca cualquiera,
lejos de una bella plaza,
busco el punto de partida.
Estoy lejos, bastante lejos del aire reconfortante que podría regalarme la naturaleza.

Pasan micros, ciclistas y caminantes,
incluso un ebrio boquiabierto y mal olor pidiéndome dinero,
¡Qué suerte amigo! Tengo los bolsillos vacíos.

Todos andan rápido,
parece que así mismo corría,
no reclamo,
tengo música,
tengo palabras,
y ahora sentado observando mil testimonios,
busco recomenzar.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Escape (historia reformulada)


Extrañamente ese viernes hacía un poco de frío, era uno de esos típicos días en los que la gente sale con ropa liviana y el meteorólogo como casualidad frecuente ha cometido un error. El bus 514 se detuvo de forma brusca como acostumbran a parar, la señora Juana apenas pudo bajar, Salvador con Rancagua el destino, luego de algunos años ese lugar era conocido. La esquina quedó atrás en segundos y los roñosos pasillos del hospital Salvador la esperaban de brazos abiertos, la esperanza de no tener que visitar nunca más ese lugar seguía latente, pero el peso sobre los hombros era más punzante cada vez.

- ¡No mamita diles que me dejen aquí! – en medio de señales de desesperación exclamó Marcelo.
- Hijo no puedes venir a hablar con difuntos, menos de noche – dijo la señora Juana con muestras irrefutables de seguridad.
- Nunca había tenido discusiones sobre filosofía tan interesantes, hoy nos tocó Kant – continuó Marcelo.
- Coopera hijo, esto no es un chiste. – ordenaba y suplicaba una madre desorientada.
- El comportamiento de estos señores es inexplicable mamá, solo estoy conversando – exclamó el joven con humildad.

Sus tacos cortos producían un eco hipnotizante en los pasillos de psiquiatría, sencillamente no podían ser los pasillos de otra especialidad, ya que el sonido predisponía a ingresar en estado de alerta. Alaridos, reclamos y dolor adornaban el silencio del lugar.

- Doctor Ramírez, lo he estado buscando ¿Cómo ha estado Marcelito? – exclamó la señora Juana cuando se encontró con el profesional, en medio de esa impaciencia natural que la invadía en cada hora de visitas.
- La verdad es que ha evolucionado, de un tiempo a esta parte ha sido capaz de ver que nadie piensa como él, que la sociedad se mueve a un ritmo diferente, lo malo es que no se interesa en cambiar su forma de ver las cosas.
- ¿¡Y usted cree que eso es un problema!? – sin pelos en la lengua se apresuró a cuestionar Juana, que luego del tiempo pasado veía las cosas de otra manera.
- Obvio que es un problema, eso lo hace sentirse fuera de la sociedad que él forma parte. – dijo el doctor con esa insensata seguridad profesional, como si estuviera leyendo la respuesta en un libro.

La señora siguió caminando, con ese remordimiento que le estremecía el vientre como cada día, preocupada por el estado de su hijo, el cual era siempre incierto. Entre medio de las dudas recordó esa cara llena de vida de Marcelo, la misma que cada día veía envejecer a pasos agigantados y la incertidumbre de saber como se encontraba hoy le apretó el pecho.

- Señora Isabel no le lleva almuerzo a Marcelo hasta una hora más, ¿Cierto? – dijo la madre mientras alcanzaba a la utilera.
- Así es señora Juana disfruten con tranquilidad – respondió la otra mujer.
- Cuénteme así como cosa suya, ¿Cómo lo ha visto? Usted sabe que el doctor es tan frío para contar las cosas – pidió la mamá de Marcelo.
- Sabe yo lo noto mas resignado, tranquilo al menos, ya no se esfuerza por escapar por lo que da mucho menos problemas – respondió la utilera buscando cualquier excusa que hiciera sentir bien a la señora Juana.
- Ah, gracias, se lo encargo, que esté muy bien. – La señora Juana obtuvo la información que necesitaba y siguió caminando.

Llena de inseguridad emprendió rumbo hacia la habitación 107 pensando en aquel “yo lo noto mas resignado” que le acababan de confesar, a esas alturas todo le parecía un circulo vicioso, una calle sin salida que tenía a su hijo atrapado, ¿Cómo lo encontraría hoy? Marcelo estaba ahí devastado, vestido con una túnica blanca de mala calidad, con sus manos amarradas a la cama, sus ojos llorosos, párpados hinchados y mirando como el mismo mundo del cual él no se sentía parte lo tenía postrado, haciéndolo sentir anormal.

- Hola mamita, que bueno que ha vuelto a venir, siempre pienso que un día se va a aburrir de estas cosas – dijo Marcelo esbozando una sonrisa.
- Todos los días vengo mi amor, eres la razón de mi vida – dijo la señora Juana con un nudo en la garganta.
- Hijo, decidí acceder a lo que me pediste - continuó la madre, un poco nerviosa con tono de apuro.
- ¿¡De verdad!? – respondió el interno devolviendo a su expresión una felicidad hace años extraviada, como si fuera la última.
- Cada día me siento más culpable por verte aquí – rauda, sigilosa, dejando los nervios de lado, le confesó la señora a su hijo.
- Mamá usted no tiene que sentirse culpable, es que está penalizado ser diferente – refutó Marcelo aprovechando la oportunidad que se le presentaba.
- Pude conseguir los neurolépticos, es tu decisión Marcelito, estoy dispuesta. – en medio de su seguridad caían lágrimas que le quemaban la cara.
- Sí mamita, por favor, pero hágame una promesa .– el joven postrado también necesitaba sentirse seguro. –
- ¿Qué cosa? – propuso la señora Juana que aunque destrozada en un llanto silencioso, se sabría cumpliendo la voluntad de su ser mas adorado.
- Que arrancará hasta donde nadie pueda encontrarla. Usted sabe que sino terminará tras las rejas – protegía el hijo a su madre.
- Prometido, aquí tienes agua Marcelito, que se pudra el maldito doctor. – temblorosa y un poco dubitativa la señora llevó a cabo el acto.

Luego de ingerir las pastillas, Marcelo se vio abrazado fuertemente por su madre, en un gesto que quiso ser para siempre. Los minutos transcurrían, las personas visitaban a sus parientes y el momento continuaba con normalidad. Ya no había tensión, era todo hielo, nada importaba, haber cumplido la voluntad de su hijo no le permitía pensar, hablar ni actuar, sólo había una enorme laguna de lágrimas que le robaban su vitalidad. Sonó ese timbre que la separaba día a día de su bebé, ahora la separaría para siempre, pero como buen plan había que dar el paso correspondiente. Sin fuerzas se paró, besó a su hijo en la frente y su corazón de madre se quedó congelado, aun que con la cara de tranquilidad de su hijo que desde alguna parte le daba las gracias.

En medio del eco que producían sus tacos cortos en los pasillos de psiquiatría se secó las lágrimas para disimular, no estaba muy claro quien estaba muerto y quien estaba vivo, pero no había tiempo que perder, el siguiente paso era apurarse en llegar a casa, tomar las maletas y llegar hasta donde nadie pudiera encontrarla.